Tal vez no había un artista que se encontrara con la deuda que tenía Gustavo Cerati con el pueblo dominicano, o la deuda que el pueblo criollo le tenía al cantante argentino.
El argentino era un desconocido “solista” cuando vino la primera vez, las personas no conocían sus entregas como andante solitario y el público no fue tan apoyador, pero este fue todo lo contrario “siendo un poquito más” como se refiriera el cantante al público que asistió a un concierto que desde el inicio prometía estragos.
Desde la primera tonada, Cerati se encargo de hacerse del público y tenerlos a su merced con una vibrante guitarra en mano, excelentes luces (sencillas) y un habitual tambaleo de una típica estrella de rock.
Cerati fue algo más que un artista en escena, dándole a probar al público una “Bocanada” de todo lo que traía, sintiendo prácticamente que cantaba dentro del público, nos sostuvo todo el tiempo en las palmas de la mano en un recorrido de 22 grandes historias.
El argentino creció a medida que pasaban las canciones, cuando el público creía que había llegado a su tope, el artista respondía subiendo otro peldaño, entregándose de manera total a los clamores de un público que desde el primer saludo – “buenas noches” – los mantuvo a sus pies.
En un campo de fútbol (más que adecuado para este concierto) donde el menos y el más rockeaban las notas que desprendían de Cerati y su banda, los saltos, empujones y clamores de canciones no faltaban, solo se hacían inmensos cuando “Gustavo” respondía.
Empero, no faltaban las peticiones del pasado, la gente quería un chin de Soda para tomar, pero el argentino no necesitó tanto Stereo para cautivar una noche que desde la primera tonada había sido marcada como inolvidable.
Entonces cae el comienzo de la madrugada, el argentino se marcha, y para desgracia caemos en la realidad de que “Cerati llegó hasta aquí, no vive aquí”.
Desde la primera tonada, Cerati se encargo de hacerse del público y tenerlos a su merced con una vibrante guitarra en mano, excelentes luces (sencillas) y un habitual tambaleo de una típica estrella de rock.
Cerati fue algo más que un artista en escena, dándole a probar al público una “Bocanada” de todo lo que traía, sintiendo prácticamente que cantaba dentro del público, nos sostuvo todo el tiempo en las palmas de la mano en un recorrido de 22 grandes historias.
El argentino creció a medida que pasaban las canciones, cuando el público creía que había llegado a su tope, el artista respondía subiendo otro peldaño, entregándose de manera total a los clamores de un público que desde el primer saludo – “buenas noches” – los mantuvo a sus pies.
En un campo de fútbol (más que adecuado para este concierto) donde el menos y el más rockeaban las notas que desprendían de Cerati y su banda, los saltos, empujones y clamores de canciones no faltaban, solo se hacían inmensos cuando “Gustavo” respondía.
Empero, no faltaban las peticiones del pasado, la gente quería un chin de Soda para tomar, pero el argentino no necesitó tanto Stereo para cautivar una noche que desde la primera tonada había sido marcada como inolvidable.
Entonces cae el comienzo de la madrugada, el argentino se marcha, y para desgracia caemos en la realidad de que “Cerati llegó hasta aquí, no vive aquí”.
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