Te la pasaste molesta toda la mañana. Refunfuñando de aquí para allá, notando solo mi existencia cuando las pestilencias que salían de tu boca, necesitaban un destino físico. Y allí estaba yo, un blanco perfecto.
Huyendo salí de la casa y me senté en el patio. Pensé en repasar el periódico y una que otra historia corta de Millás. De repente, el fuerte olor a esmalte despertó en mi una tranquilidad que se concreto al verte a pocos metros de distancia , tus pechos recostado sobre tus rodillas, mientras alcanzas la diminuta uña de tu meñique izquierdo para disfrazarla de un rojo decorado con escarchas.
Te ves feliz, yo no pregunto porque, ya no tengo concentración en mi lectura, el arte de pintarte las uñas me tiene cautivado y solo me pesa el hecho de no poder salir corriendo en busca de mi cámara y retratarte hasta la última pincelada.
El tiempo se va acabando, ya el sol busca partir hacia otro continente y tu ligeramente lo observas y vuelves para soplar el conjunto de uñas de tu pie izquierdo y yo allí ensimismado recibo una extraña mirada coqueta de tu parte (extraña para el día tan maldito que te abrumaba) y sin pensarlo dos veces me levanto y camino hacia ti, tu por alguna razón no me quitas los ojos de encima, yo llego y te planto el beso que no te daba desde antes del desayuno, ahora si se sentía como domingo; de repente, con tu mano libre, me alejas de ti y como si fuera un analfabeto o alguien que no estuviera en todo el día perplejo por tu belleza, me dices: ¡Cuidado que me las acabo de pintar!
Mi sitio era otro, en lo que el sol caía, te vería caminar con los tobillos, dando saltitos con los dedos de las manos y de los pies completamente separados, esquivando esquinas, sillas mal puestas, la puerta de la nevera cuando la abrieras; y yo vería los deportes en nuestra cama, lo más tranquilo, esperando que por fin te presentarás frente a la puerta, sin algodones entre los dedos y yo pudiera por fin demostrarte que el día no había sido una total pérdida.
Huyendo salí de la casa y me senté en el patio. Pensé en repasar el periódico y una que otra historia corta de Millás. De repente, el fuerte olor a esmalte despertó en mi una tranquilidad que se concreto al verte a pocos metros de distancia , tus pechos recostado sobre tus rodillas, mientras alcanzas la diminuta uña de tu meñique izquierdo para disfrazarla de un rojo decorado con escarchas.
Te ves feliz, yo no pregunto porque, ya no tengo concentración en mi lectura, el arte de pintarte las uñas me tiene cautivado y solo me pesa el hecho de no poder salir corriendo en busca de mi cámara y retratarte hasta la última pincelada.
El tiempo se va acabando, ya el sol busca partir hacia otro continente y tu ligeramente lo observas y vuelves para soplar el conjunto de uñas de tu pie izquierdo y yo allí ensimismado recibo una extraña mirada coqueta de tu parte (extraña para el día tan maldito que te abrumaba) y sin pensarlo dos veces me levanto y camino hacia ti, tu por alguna razón no me quitas los ojos de encima, yo llego y te planto el beso que no te daba desde antes del desayuno, ahora si se sentía como domingo; de repente, con tu mano libre, me alejas de ti y como si fuera un analfabeto o alguien que no estuviera en todo el día perplejo por tu belleza, me dices: ¡Cuidado que me las acabo de pintar!
Mi sitio era otro, en lo que el sol caía, te vería caminar con los tobillos, dando saltitos con los dedos de las manos y de los pies completamente separados, esquivando esquinas, sillas mal puestas, la puerta de la nevera cuando la abrieras; y yo vería los deportes en nuestra cama, lo más tranquilo, esperando que por fin te presentarás frente a la puerta, sin algodones entre los dedos y yo pudiera por fin demostrarte que el día no había sido una total pérdida.
A GG
Leer: Pronografía de Juan José Millás
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