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El piso que pisas

Desde los primeros rasgos del sol sabía que hoy sería uno de esos días. Uno de los días en donde malabareas mil quinientas cosas sobre tu cabeza y ninguna de esas soy yo.

Apenas pudimos concretar el derecho lógico no escrito de una “relación” de hablar aunque sea una vez durante las horas de trabajo. Era de esos días en donde te impacientas y temes por la caída de las nubes en forma de bloques de concreto sobre toda la humanidad (aunque a veces creo que disfrutas de ese pensamiento) y pareces andar a mil por horas por las ceras y los pasillos.

Yo por lo regular llegó más temprano que tú en estos días, destapo una botella de ron y me siento a comer galletitas con mantequilla de maní en las escaleras esperando que cruces por la puerta.

Lo único que interrumpe las batallas musicales de Chet Baker, Charlie Parker y Eric Clapton es tu silueta que pasa frente a la ventana antes de llegar a la puerta a menos de una hora para que el sol se oculte. La posición define perfectamente el perfil de una mujer angelical que no creía nunca pasaría frente a mi puerta. “Magic Hour”.

Cuando entras, la cartera queda a un lado, antes de subir me besas rápidamente y sigues tu despavorido camino hacia la segunda planta amarrándote el cabello como puedas. Yo me quedo allí sentado entre galletas y ron.

Al poco rato bajas, franela blanco y pantalones cortos; te sientas a mi lado, me miras como tratando de reconocerme, me robas unas de las galletitas que tenía en la mano, y luego de comértela me besas la mejilla, como si fuera un gesto de agradecimiento; luego sigues tu rumbo, sandalias en mano (no sé para qué si no las vas a utilizar) sacas tu computadora de tu bulto de trabajo y tiras las sandalias al suelo. Colocas las computadora en la mesita de la sala y sigues tu camino hacia la cocina.

Sales con cerveza y vaso plástico en mano, tu cabello es un desorden pero a mi me encanta la tranquilidad que le trae a tu rostro, además todos los moños recogidos revelan el interminable camino de tu cuello.

Antes de sentarte te detienes en el medio de la sala y flexionas tus dedos. A ti y a mi nos encanta “recoger el sucio del piso” (como diría mi madre) andando descalzos, pero nunca he entendido tu relación con aquella locación de la sala que te sirve de entretenimiento por meros minutos.

- ¿quieres? – me dices ofertándome un poco de cerveza – yo solo respondo enseñándote el vaso ya casi vacío de ron, tú solo responde con el gesto de “tú te lo pierdes”.

Al poco rato me levanto de la escalera para ir a rellenar mi vaso, a penas vuelvo y te cruzo por el lado, nuestras miradas se cruzan momentáneamente “The Story” de Norah Jones sale de el ordenador, la Presidente decora el piso al lado del mueble largo negro ya yo aprendí que aquel no es mi lugar.

Antes de subir y refugiarme en la habitación, me tomó unos momentos más al pie de la escalera. Tu subes tus pies en uno de los brazos del mueble, e inclinas un poco la cabeza a tu izquierda, tu sabes como entretener a uno, entre tu cuello y los dedos de tus pies cualquiera se pierde.

Al final, yo hago un último intento por entender, y me detengo en el medio de la sala, frotando mis pies de la misma forma que lo haces tu cuando yo me quedo de espectador desde la escalera y no encuentro sensación alguna que me haga quedarme allí más de un minuto. Derrotado, me marcho a la habitación, sin embargo, la noche para ti ha sido un encanto.

Horas más tarde, luego de una breve lectura y pocos minutos de “haberme dormido” tu llegas de puntillas, te lavas la cara en el baño, cambias la almohada de lado y te acuestas para los pies (en otros casos esto sería un claro indicio de un disgusto entre ambos, pero no es así). Antes de cerrar los ojos, siento tu cintura pegarse más a la mía y como frotas los pies una última vez para el deleite de mis sueños.

Comentarios

Unknown dijo…
Que lindo esto! Me gusta muuuuucho. Sobretodo porque me identifico con esa necesidad de angustiarse por salvar el mundo. No se porque, pero las mujeres tenemos esos dias, no necesariamente hormonales.

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