El sol se nos venía encima cuando me aventuraba a tomar un carro público. La calle era un campo de batalla, el sábado por la mañana acababa de convertirse en un lunes por la tarde, todos te miraban mal y la temperatura desafiaba cualquier bañado.
Dentro del representante del transporte público que me tocó, el chofer ya peleaba porque yo apenas era el segundo pasajero que ocupaba su “amplío” vehículo. Mi colega estaba sentado al frente, de franelita blanca y jeans roto, bromeaba con el chofer sobre la desdicha que le ha tocado vivir con dos malagredicas [sus palabras] a la que él mantiene “eso maldito celo me tiene jarto papa” le dice al chófer mientras yo solo sonrío [por vergüenza, no dándole la razón] – “verdad que sí montro” se voltea extendiendome la mano, yo por cordial le respondí el saludo.
Luego de varios intentos por recoger uno que otro pasajero, el chófer, visiblemente molesto por el parloteo de su copiloto, se prepara a recoger a dos chicas que desde la distancia le hacen señas para que se pare.
- “Diablo par de chula vamo a llevarla paonde utede quieran” – grita el otro pasajero un poco antes de que el chofer detuviera la marcha.
Dos chicas, una con uno de esos enterisos interesantes de blanco y otra en jeans cortos y blusa rosada parecen arrepentirse de haber solicitado el carro. Tal vez pensaron: tres hombres [uno de ellos ya acaba de gritar una obscenidad] y dos mujeres, de aquí salimos violadas seguro. Ambas se alejaron un poco de donde el carro se detuvo y la de blanco con el dedo le dio la negativa al carro público.
Desde ese momento, el copiloto pasajero [que dijo que iba Parque, la última parada de esta ruta de transporte] fue víctima de un ataque verbal de odio por parte del chofer que le replicaba el haberle hecho perder dos potenciales pasajeras.
Yo, al poco rato de dicho suceso, decidí quedarme antes de mi destino para no seguir escuchando tal discusión.
A la mañana siguiente el periódico anunciaba de un hombre de algunos 30 años fue desgollado en el interior de un carro público; yo cerré el periódico inmediatamente por sentirme complice o testigo de algo, ya casi esperaba que la policía entrara a mi oficina en cualquier momento.
Al transcurrir el día las mujeres hablaban de una indecisión de los hombres por las mujeres, según lo que decían el periódico hablaba de un conflicto entre estas dos personas, por dos mujeres. No se quién quedó vivo, no sé cual versión fue la que finalmente escuchó el periódico, yo todavía tengo miedo de montarme en un carro público y que el pasajero o el chofer [cual de los dos que este vivo] me apunte con el dedo desde uno de los asientos de enfrente o peor aún, que por arte de magia, la policía me reconozca como “complice” de un crimen pasional.
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