Una de las razones por las que adquirí un Moleskine era con el simple deseo de romper con el bloqueo de escribir que regularmente me invade. Un Moleskine, por su historia y su forma, es una mascotita en la que no se puede dejar de escribir y que te invita a que lo que pongas en esas páginas sea de lo mejor que pueda salir de tu pluma, aunque por el momento sea un simple borrón del algo mejor.
A pesar de las tecnologías y la facultdad de perder la costumbre de escribir a mano, yo por ejemplo siempre me rehuse a entregar un trabajo escrito a mano a finales del colegio o en la universidad porque me parecía un estancamiento y solo una forma de molestar a los estudiantes un poco más, esto no quiere decir que estoy en contra de escribir a mano, todo lo contrario. Escribir a pulso de muñeca tiende a sacar mejores y más sinceras ideas y te da la facilidad de que puedes hacerlo en cualquier momento. Pero volvamos al Moleskine.
Historias breves y cuentos son mis géneros literarios favoritos, a eso le agregas escribir reseñas y reportajes y ya tienes una razón para que andar para arriba y para abajo con un “casi diminuto cuaderno” en donde escribir cualquier cosa que se te ocurra. Te brinda un espacio más personal, lejos del computador.
A medida que van pasando las páginas, lo que plasmas en el Moleskine se vuelve cada vez más y más personal, entonces comienzas a recordar a grandes escritores que lo utilizaron y te bañas un poco en ese delirio de grandeza. Te envuelves en un Hemingway o un Fitzgerald sacudiendo su mano de dolor después de pasar horas escribiendo con un diminuto lápiz en cada una de las hojas de sus respectivos Moleskine (lo que yo daría por un ejemplar de esos cuadernitos).
Hago esta breve anotación sobre tal vez la mascotita más cara que hay (cuesta US$15), porque he perdido una, escrita en su gran parte, y perder algo tan personal es a veces peor que perder algo como un celular u otro equipo tecnológico, es una parte de uno que se llevan, una parte que no vuelve más.
Siempre he escuchado, y más en este afán de escribir, que reescribir las cosas a veces la hacen mejor, yo no estoy de acuerdo con eso. Para mí perder un escrito por completo es precisamente eso, una pérdida, un gran pérdida; el trabajo se hace sobre la idea ya escrita, tratar de escribirla de nuevo, de emularla una que se ha perdido (como las incontables que he perdido al extraviar mi Moleskine) es forzar un espacio de inspiración que te llegó en un momento y que ahora solo saldrá mecanicamente. No digo que no funcione, solo digo que no tendrá el mismo sentimiento con el que originalmente fue escrito.
A ese Moleskine le falle y ahora que cometo el crimen de empezar uno nuevo sin haber terminado el anterior, prometo no fallarle a este. Ese cuadernito negro era lo mejor que me ocurría en estos últimos meses y ahora es cuestión del pasado y de quién lo encontrará y se ha rehusado a comunicarse conmigo. Mientras tanto, sigamos escribiendo.
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