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El fuego que atrae. Ema (dir. Pablo Larraín, 2019)

“Lo que el fuego no destruye, lo endurece” - Oscar Wilde


“Sentía una inmensa ternura por ella. Estaba seguro de que la querría siempre, para mi dicha y también mi desdicha.” - Mario Vargas Llosa (Travesuras de la niña mala)

 

“Déjame quemarte como el Sol” - leído por ahí. 

 

Para Larraín los rostros, las personas, han sido una de las características cruciales de su cine. La narrativa ronda, como si fuese atraída en contra de su voluntad, alrededor del aura de sus personajes principales. Desde Tony Manero hasta Jackie, quiénes están frente a la cámara, se convierten en el centro del universo quiera la audiencia o no. Esto continúa en Ema, transformándose en algo meta porque a pesar de su personaje, arrastrar toda la atención es parte crucial de la narrativa de la película. 

 

Marianna Di Girolamo, como Ema, se une a un listado envidiable de intérpretes que se han convertido en ese sol, juego de palabras adrede, que todo lo arrastra. Alfredo Castro como Raúl Peralta en Tony Manero y Mario Cornejo en Post Mortem (los dos primeros filmes de su trilogía de la dictadura, que “concluiría” con  la película No) vendría siendo como el plano de los personajes e historias que desarrollaría alrededor de ellos, que alcanzaría un nivel extraordinario de retrato e interpretación en su filme anglosajón “Jackie”, con una extraordinaria Natalie Portman. 

 

Sin embargo es en Ema donde su herramienta de contar historias se convierte en parte fundamental de la narrativa. Así como el fuego, metáfora constante en el filme, parece ser imposible no sentirse atraído por Ema incluso sabiendo que se puede terminar con quemaduras, literal y figurativamente. 

 

Ahora, el cine, y Ema, de Pablo Larraín no se reducen solamente en sus personajes. Las colaboraciones con sus cinematógrafos y compositores es tan importante como la presencia abrumadora de sus protagonistas. La repetida complicidad de Larraín con el cinematógrafo Sergio Armstrong (que excluye Jackie fotografiada por Stephane Fontaine) ha logrado crear un lenguaje visual que es una estampa en su puesta en escena. Estampa que también fue construida junto a la editora Andrea Chignoli, quién editó Tony Manero, Post Mortem y No

 

En Ema la explosión de los colores sirve para atraer la atención de la audiencia y también para diferenciar un mundo en el que vive Ema en comparación a una parte de los demás personajes, incluyendo la mayoría de las personas que se relacionan con ella: Gastón (Gael García Bernal), Aníbal (Santiago Cabrera) y Raquel (Paola Gianini), Ema es la interrupción dentro de lo convencional de la vida de estos personajes. Así como el fuego invade la tranquilidad, lo hace Ema y lo hace el reguetón. 

 

Larraín, entonces, no se queda sólo en el personaje de Ema como conducto de irrupción, lo hace a través del baile y la música: a través del reguetón.


El baile provocador y el género del reguetón no solo atrae a las personas que lo disfrutan, sino también aquellos que dicen odiarlo y no pueden mantener sus opiniones o su vida alejada de un género musical tan divisivo. 

 

Ema y el reguetón es probablemente aquella metáfora de la libertad, o la protesta, que Larraín ha tratado en contra de la dictadura a lo largo de todo su cine. Aquí funciona como un ente opresor el personaje de Bernal, Gastón, quién pretende mantener la expresión cultural lo más “pulcra” posible. 

 

Conversando recientemente sobre La Región Salvaje de Amat Escalante, creo un paralelo entre el cine del mexicano y el chileno. Larraín, al igual que Escalante, previo a La Región Salvaje y Ema (y bueno Jackie también en el caso de Larraín) habían sido bastante directos en la transmisión de su mensaje. Uno sobre la violencia del narcotráfico en México, el otro sobre su repudio a la dictadura de Pinochet y la cultura autoritaria dejada en su país. La Región Salvaje y Ema sirven como trabajos de ficción que igual mantienen fija la observación en estos temas. 

 

Ema pudiese considerarse un retrato de una rebelión ante el conservadurismo en donde la protagonista quiere una vida y una familia bajo sus propios medios. La adopción de un hijo, y la maternidad que implica, que sea dentro de sus parámetros particulares y no los estipulados por cientos de años en nuestra sociedad. 

 

En esta película, Larraín se apoya más en una economía narrativa que me hace recordar también el cine de Steve McQueen, tanto así que pareciese un filme incompleto. Y por ahí anda el encanto de Ema, una narrativa evocativa visual que atrae a su audiencia con su colorida cinematografía de la misma forma que ese personaje atrae a las personas que le rodean, la economía de contexto la convierte también en una de las mejores películas de “Heist” realizada. El plan de Ema, que como personaje lo de desarrolla y lo pone en marcha desde muy temprano en el filme, no es de conocimiento para nadie, incluyendo para la audiencia, sino hasta casi el final de la película. Muchos thrillers de robo y atraco pudiesen aprender de la economía de datos que brinda Larraín en este filme. 

 

En fin, Ema continúa el discurso de Larraín que estuvo bastante claro en Neruda (su filme más débil) donde declara que la dictadura, y la cultura opresiva, son definitivamente enemigos del pensamiento creativo. Con Ema encuentra de manera efectiva hacer un retrato de una sociedad que batalla entre querer y no querer cambiar, pero se encuentra constantemente atraída, como el fuego o como el sol o como Ema, por el cambio.

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