Dieciocho años han pasado desde el estreno de “Cidade de Deus”, el filme de Fernando Meirelles y Katia Lund que inmediatamente se convirtió en una de las películas más importantes del cine latinoamericano y probablemente una de las representativas de este siglo.
“Cidade de Deus” le permitió a Meirelles irrumpir en el cine internacional y mainstream, dirigiendo la encomiable “The Constant Gardener” que marcaría básicamente su estilo visual en lo adelante; estilo que se pudo presenciar en la un tanto sobrevalorada producción junto a Netflix “The Two Popes”. Ambas producciones, agregando a “Blindness” (un filme más de supervivencia, adaptación de la novela de José Saramago “Ensayo sobre la ceguera”), demuestran la capacidad de Meirelles de dirigir actores. Empero, la grandeza de “Cidade de Deus” está en su retrato visceral y casi real de sus imágenes, y esto es posible que sea responsabilidad de su co-directora Katia Lund.
El filme de Meirelles y Lund se ha convertido en un modelo de retrato urbano para producciones independientes que vinieron después. No es la primera vez que vemos este estilo visual y narrativo en una producción cinematográfica. En su momento, “Cidade de Deus” fue comparada con la “Goodfellas” de Martin Scorsese pero también hace recordar a la extraordinaria “The Battle of Algiers” de Gillo Pontecorvo.
Sin embargo, de lo que me interesa hablar hoy de la película es del aspecto periodístico dentro de la narrativa de la película y el clasismo que critican sus realizadores de la posición que prefieren asumir los medios de comunicación, cuyas bases por lo regular se encuentran en las zonas metropolitanas de las ciudades, ante los sucesos que ocurren en los barrios.
Todo inicia por vanidad, Zé Pequeno (Leandro Filmino) insiste en que su foto debería salir en los periódicos y no las de Mané Galinha (Seu Jorge). La cámara confiscada del cadáver de su mejor amigo, inicialmente destinada a Buscapé (Alexandre Rodrigues) cae finalmente en sus manos para que Zé Pequeno y su banda puedan ser retratados.
Sin su autorización, las fotografías son tomadas en el periódico donde trabaja como repartidor y publicadas. Ni su compañera de trabajo, que no lo conoce en el momento, ni el periódico toman en cuenta el peligro que puede conllevar la publicación de cierta imagen para Buscapé, solo él mismo lo sabe y ahora teme por su vida.
La publicación de las fotografías de Zé Pequeno y su banda, que por cierto les encanta y la celebra, es la primera “pequeña” denuncia que hace el filme al tratamiento de los medios de comunicación con la vida y delincuencia barrial, en donde se les ve el morbo y la idolatría por estos personajes que solamente, según ellos, existen en los barrios y no en la urbe metropolitana.
La otra y más grande denuncia llega al final, en el gran enfrentamiento de las bandas de Zé Pequeno y Cenoura (Matheus Nachtergaele), a la cual pertenece Mané Galinha; Buscapé consigue fotografías cruciales: la complicidad de la policía con ambos Cenoura y Zé Pequeno, el peaje que le cobra la policía a Zé Pequeno y el ajusticiamiento de Zé Pequeno por parte de la banda de infantes que refleja muchos los inicios de Zé cuando era conocido como Dadinho. La fotografía que decide utilizar el medio de comunicación es el cuerpo de Zé Pequeno baleado en el concreto.
Al final, aunque le sirve de interés la historia de violencia de la Ciudad de Dios al periódico, tiene bastante claro los temas que no quiere tocar ni en los que tenga que verse envueltos. Nada de publicar algo que involucre a la policía y tampoco que presente a un grupo de muchachos que deberían estar jugando asesinando a sangre fría a una persona. Lo que importa es el cuerpo sin vida de un maleante de un barrio para que dentro de los confines metropolitanos se pueda apuntar sanamente el dedo ante una comunidad que continúa siendo juzgada y oprimida.
“Cidade de Deus” es un encanto fílmico, desde el guión, las actuaciones, la fotografía y la edición, un retrato de un suceso real de Brasil narrado de la forma más cruda, veraz y honesta que pudiesen haber recibido estos hechos. Sin duda un referente estético del cine, pero su historia, y los hechos que la inspiraron, ayudan a mantener intacto el conocimiento de como siempre prefieren los medios representar la comunidad barrial.
Esos últimos momentos, guardando las distancias, me recuerda la obsesión de los medios y las redes sociales con las fiestas y juntas barriales en tiempos de COVID-19 destacando como exclusiva la irresponsabilidad a las personas de los barrios y como, según los medios, esto es lo único que saben hacer, mientras los restaurantes de las principales avenidas se encuentran repletos… eso parece no ser irresponsabilidad, porque esa actitud parece ser eliminada con el dinero, la localidad y la clase social.
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