"¿Delicado el amor? No, es duro, es áspero y agresivo, es punzante como el espino" - Romeo y Julieta
Han pasado nueve años desde que Gerardo Naranjo presentó un largometraje. Ahora, luego de “Miss Bala”, Naranjo presenta no sólo su regreso al cine, sino que lo hace en doble forma; su incursión en el cine anglosajón con “Viena and The Fantomes” y su extraordinaria “Kokoloko”, una experiencia visceral con la que regresa al retrato de la violencia del narco y su opresión en la sociedad.
“Kokoloko” es una mezcla de las tendencias que han marcado el cine de Naranjo previamente: conflictos amorosos y pasionales, violencia y el uso máximo de las facultades que le brinda la cinematografía para contar una historia a su placer.
Filmada en hermosa película de 16 mm, Naranjo utiliza el limitado espacio de su puesta en escena para mezclar tanto el ambiente paradisíaco de este pueblo costero y la claustrofobia en la que están encerrados sus personajes. Marisol (Alejandra Herrera) y Mundo (Noé Hernández) sostienen una relación en contra de los deseos del primo obsesivo y controlador de Marisol, Mauro (Eduardo Mendizábal).
El film y la relación de sus tres protagonistas, pasa de lo paradisiaco a lo infernal a medida que va avanzando la narrativa, pareciese que cada uno de estos personajes fuese cayendo más y más en una espiral destructiva que Naranjo narra de manera explícita y sensorial a través de la puesta en escena: los colores que estallan desde el celuloide y el sonido. Naranjo, al igual que con Miss Bala y sus películas previas, también se ha convertido en un experto en la narrativa fuera de escena. El sonido y lo breve que ocurre fuera de cámara es tan o más importante que lo que tenemos en frente.
Gerardo Naranjo, en un encuentro en una edición pasada del Festival Internacional de Cine de Guadalajara, destacó que su inspiración para “Miss Bala” vino de ser perseguido por varias cuadras por una camioneta negra con los vidrios tintados. Esta obsesión aparece en “Kokoloko” como una metáfora del machismo alfa de la cultura mexicana y también, dándole una especie de giro, como una fuente de esperanza de Marisol cuando busca a Mundo en cada vuelta, quién le ha dicho que ha comprado una camioneta nueva para ir a buscarla.
Lo frenético de la narrativa es una las partes más interesantes de la película. Rápidamente se deja un lado la tranquilidad de la costa, ese paraíso que se contradice con la violencia del choque de las olas, para entrar en la espiral agresiva de una tragedia amorosa retratada por el lente visceral de Naranjo y José Stempa.
“Kokoloko”, por su naturaleza visual, pareciese más un testimonio de alguien que está allí presente para retratar la vida de estas personas. Un acercamiento más personal a las consecuencias de esta vida que lo que fuese en “Miss Bala”; el formato encierra la pequeñez de la comunidad costera, que a la vez sirve como una especie de prisión para Marisol. Esto se hace cada vez más evidente en la puesta escena y su espacio restringido, imposibilitando cada intento de escape de Marisol.
Este “encierro narrativo” cobra nueva vida cuando la comunicación de Marisol y Mundo se reduce a los mensajes de texto y de voz cuando Mundo se encuentra en los Estados Unidos. La mezcla de las imágenes y la intrusión de uno como audiencia ante esta relación a distancia, es otro ejemplo de ver el filme más como una especie de estudio de estas personas, que como una ficción lograda desde un lenguaje sensorial que tiende hacia la no-ficción.
Naranjo continúa explorando nuevas formas perceptivas de expresarse cinematográficamente. Desde sus primeras películas, en donde inicialmente se le comparó a la onda narrativa de los trabajos de Alejandro González Iñárritu y Carlos Reygadas pero que logró adecuarse a su propio ritmo y estilo. “Kokoloko” es, hasta ahora, la cúspide de un realizador constantemente curioso por la forma y el lenguaje del cine, y por estudiar, de una manera cada vez más personal, las vicisitudes de su país.
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