
Stendhal
Desde el inicio del día, me preparaba netamente a que mis movimientos fueran del cuarto al baño y viceversa, nunca pensé que terminaría en un largo trayecto de canciones, conversaciones sin sentidos, y un consumo de alcohol libe de límites de cualquier tipo.
Me planté para conocer un nuevo lugar, Mi Taverna, ubicado en la Lincoln, en la misma plaza del eterno “Trío Café”, me situé en compañía de par de “frescolas” y los dueños para ver el juego de pelota, y allí, entre conversaciones bilingües, llegó la llamada que cambio la noche para siempre.
“Ven para Cinema que yo invito” me dice la voz del otro lado, y en unos cuantos minutos ya iba en camino.
(…) sin olvidar que esa llamada salvo mi vida porque había botado la tarjeta de débito y no tenía como moverme, de no ser por esa llamada, a lo mejor hubiera tenido que caminar a pie para mi casa (…)
Cinema, acogedor como siempre, me recibió entre cervezas, antiguas y nuevas amistades, y claro las de siempre, las que no se sueltan. Entonces fuera de las presentaciones comenzaron las conversaciones, desvergonzadas por un grupo que prácticamente recibió el sol en “can”, y yo, un navegante nocturno con unas cuantas botellas en la cabeza, el más tarde en llegar a esta una comunidad de blogeros para entablar un lazo genial y encantador.
Y si Cinema y los blogeros (aquellos de las camisetas de promoción de “Khoury”) se nos sentó un cubano al lado, con guitarra y libro de letras en mano, a entregarnos canciones conocidas para que tararearamos y lo tuviéramos a nuestra merced.
El cubano, de nombre Alejandro (mientras tanto sin apellido) tuvo una conexión con la mejor mesa del local (la de nosotros) que entre bromas y piropos creó una de las mejores noches vividas en este incomparable lugar (y así lo quieren cerrar).
El cantautor (que a mí entender falló en no entregarnos más de su material propio) tenía bien estudiado al público que se dirigía, enfocándose en las canciones obligatorias, esas de Silvio y Pablo, en Franco de Vita, en un pito pequeño, el pis de niño (es una canción mal pensados, pero es de eso mismo), y en Lamento Boliviano de los Enanitos Verdes, la cual no tuvo que ni siquiera cantar.
La mesa vibró más fuerte con cada canción, el grupo, inseparable desde las tempranas horas de la mañana y yo (tarde porque el aviso y la llegada fueron tardías, valga la redundancia) teníamos una coraza que solo podía ser penetradas por las manos cargadas de cervezas del muchacho que llevaba la camiseta negra de Cinema Café.
Y así pasaba la noche, con los últimos tragos en Cinema y unos cuantos más por allí por la zona, cacareamos canciones dentro del vehículo, hablamos hasta más no poder y hasta giramos en un tubo, para luego cada uno llegar a su casa, con una posible cita con Alejandro en la próxima presentación, con deseos de seguir escribiendo (… me están leyendo… que chulo!!!) y claro, las que no se pueden quedar, las ganas de seguir bebiendo.
Salud amigos y blogeros, salud!
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