
Llegó a la casa para inmediatamente desprenderme de la ropa de vestir (en especial de los pantalones) porque me aprietan bastantes, las libras que he subido en los últimos tiempos son muchas y soy extremadamente vago para comprar pantalones y camisas para el trabajo (es que no me gustan).
Preparado un lunes, decidido a no comer, cae un ventorillo aguacero que quiebra mi intento de rutina de cardiovasculares. Me conformó con una “sudaíta” dentro del recinto, me baño y trato de meterme dentro de la televisión hasta que me de sueño y me acueste. Ya me está picando el hambre.
Mi madre, inoportuna como siempre, interrumpe una de las partes más importantes de las películas para preguntarme si quiero de los espaguetis que ella cocinó (no a la parrilla claro), y con lo débil que soy con los espaguetis, me negué sorpresivamente.
El inquilino mayor que yo llega a la casa (ese que se atrevió a nacer mi mismo día y primer engendro del vientre de mi madre) y después de lanzar ropas aquí y allá se posa a mi lado para ver la película con tremendo plato de espaguetis. ¡Coño! Que vaina.
Mi madres insistente, así mismo se torna cuando dice que estoy gordo, pregunta si en realidad no quiero porque ella los va a guardar la nevera, vuelvo y repito que no (hasta yo me sorprendo) y lo más de espaldas posible a mi hermano continúo viendo la película.
El señor, el otro culpable de estos dos roedores de casa, llega y para mi mala suerte quien va abrirle la puerta soy yo. El muy otro inoportuno se desmonta con dos “Termopac” en las manos y muy amorosamente (como padre al fin) me dice: “Mira lo que te traje”. Yo desesperado le digo una que otras cosas malas (esas de las que te hacen mal hijo) y desprecie el presente que fue destinado a mi, a su hijo más pequeño.
Al subir notó que mi hermano ni por la mitad de su suculenta comida va, mi madre y mi padre (culpables…) hablan de lo desgraciado que he sido en despreciarle a cada uno la comida que me entregaban y que los niños hambrientos, que África, que soy un malagradecido que si estuviéramos en otra posición.
Al fin y al cabo, pauso la endemoniada película que además de que no la he podido disfrutar, es mala, descubro que dentro de los Termopacs hay unos “Club Sandwichs” (opte por ellos porque los espaguetis se refugiaban en un rincón del refrigerador) y los acompañe de un vaso, a la medida, de Coca Cola y ha engullir viendo el purgante de película que estaba frente a mis ojos.
Terminó y pauso la película para comentar una escena con mi hermano, pero el no esta, la casa esta sola y han pasado a penas dos horas desde que llegue (ahorita me da hambre), me estaré volviendo loco, los susodichos espaguetis se encuentran en el refrigerador desde el día anterior, mi hermano no ha llegado de trabajar, mi madre anda de visita por la casa de mi abuelo, mi viejo no se sabe por donde anda.
Estoy perdiendo la cabeza, el “reguero” (me mata mami) que hay en la cocina me recuerda como prepare los emparedados, y entonces.
Antes de totalmente perder la cabeza, suena el teléfono. Me pellizco para ver si en realidad suena, es mi hermano, para contarme que llegará un poco más tarde y que si quería pizza que el iba a comprarla, le digo que sí pero que no se olvide de los “breadsticks”.
Y yo para matar el tiempo en lo que llega la pizza, le doy “re-fill” al vaso de Coca Cola y hago un último intento por ver completa la maldita película “Gigli”.
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