
De pequeño, en Rincón de Yuboa, solía sentarme en un badén con los pies colgando a ver el río pasar por debajo de mis pies y a lo lejos podía ver las personas bañándose un poco más abajo del río, o simplemente ver la infinidad del mismo.
En el Llano, Baní, era más un encuentro con rostros, solía sentarme en la galería cuando el sol molestaba y nadie quería estar allí, y solo escuchaba los bullicios del colmado de la esquina y observaba que tanto pasaba una misma persona frente a nuestra casa.
La verdad es que los sitios donde sentarse son muchos, demasiados, adonde quiera que voy siempre busco ese lugar donde quedarme a solas y perderme en lo que veo, en lo que oigo, en lo que no veo, y pensar en todo o en nada, esos momentos son especiales.
Recuerdo uno de mi breve viaje a Colorado, donde en el techo de la casa de un primo veía la blancura de la montaña de nieve que me hacía creer que estaba ciego porque lo único que veía era la blancura de la misma, solo me recordaba mi vista el humo del cigarro que se mezclaba con el aire que salía de mi boca, que eran de un color un poquito más oscuro que la montaña de nieve que pareciera tener en frente.
Fuera de estos, el balcón de mi casa donde escribo y leo, o mi cuarto oscuro donde la luz del escritorio o el computador donde recuerdo y escribo estas y otras palabras son lugares propios, impenetrables donde uno escapa de momento de esta guerra que vivimos día a día.
Y así termino como el compañero Matias Zibell autor del post que inspiro este post (valga la redundancia) “Y ustedes ¿tienen un lugar para sentarse?”
Comentarios
El murito de mi primer beso, tan dulce...
Los tres últimos peldaños de mi escalera, cuantas veces me ha visto la luna llena llorar!
Mi balcon, lo mejor que hay...