
La noche que perdí a mi viejo pasaban de las 7:00 p.m., estaba tirando unas cervezas con un compañero de estudios y no le hacía casos a las tempranas denuncias de mi madre en cuanto a la desaparición de mi viejo.
Ya llegada las 9:00 p.m. la cultura de mi viejo de tomar los celulares y llamar para reportarse y pedir reporte nos preocupaba, porque en esta particular noche, el barbudo había olvidado hacer cualquiera de las dos.
La noche que perdí a mi viejo llegue a una casa sombría a las 9:30 p.m., a emplear un radio de búsqueda, de esos mismos que hacen en las películas, a tranquilizar a la doña sin necesidad de bofetadas, solo con ordenes bien explicadas.
Casi llegaba la barrera de las 10:00 p.m. cuando salí hacia su último paradero, la casa de uno de sus compañeros de antaños, “por aquél lado” allá en la Zona Oriental, un lugar en donde mi sistema de navegación pierde la señal.
Rozando las 11:00 p.m. en su último paradero investigo todo “C.S.I.” la hora y las condiciones en que salió mi progenitor. Sin mucho avance me decido a pasar por las “guaridas de los uniformados”, armado solo de la descripción de su vehículo y de su tosco físico.
La noche que perdí a mi viejo ya me lo imaginaba en una motoneta camino al interior, harto de las “mismas vainas” de la capital parecía que había decidido irse a sentir la brisa por ahí por la carretera Duarte hasta donde pudiera el caballo de hierro y dos ruedas.
La noche que perdí a mi viejo se robaron una Prado blanca y un automóvil rojo se comió una patana.
El robo de la Prado blanca me tenía “chivo” como yo andaba ya de pensar lo peor me parecía que el ingenio oficial era capaz de confundir una Prado Blanca con una Suzuki Blanca.
Sin más guaridas que visitar, solo me quedaba pensarlo como víctima y me hice de coraje para visitar el infierno del Darío con la esperanza de no encontrar nada allí.
Casi las 12:00 p.m. me abrieron las puertas del infierno, el valor casi lo pierdo cuando me notifican que han recibido tres personas con las descripciones que presente. Ninguno de los barbudos termino siendo mi viejo aunque uno si me mantuvo cautivo en su dolor con su minúsculo aunque hipnotizador parecido al ya fugitivo de hace cinco horas.
Imponente sin ya más respuestas o técnicas de búsqueda se emprendía el camino cabizbajo de vuelta a casa.
La noche que perdí a mi viejo me lo imagine que visitaba a mi tocayo (Orlando Martinez) y al “Che” para hablar del “súper país” que es Dominicana ahora y de la eterna vida de Fidel.
Lo imagine montado en su nueva motoneta surcando los mares para visitar a su hijo en España o amigos en el exterior.
La noche que perdí a mi viejo estaba a un paso de homicidios cuando apareció la llamada que dio señal de su paradero, la única persona que se me pasó llamar era su compañero de andanza de este domingo en la noche y me ondeó por la mente una frase muy famosa “no estaba muerto estaba de parranda”.
La noche que perdí a mi viejo llegue a una casa que pasó de estar sombría a estar repleta de gente, y no había fiesta o celebración, solo había la curiosidad de verle la cara al barbudo y escuchar su respuesta Una respuesta que no fue ni muy chistosa ni muy dramática.
El “aquí no ha pasado nada” más prendió que un bombillo, me pareció lo suficiente para que mi madre lo enviara a los tiempos del comunismo, de pantalones campanas y de doce años, pero no fue así, nos bastó con reírnos, reprocharle su falta y luego analizarlo en la almohada con las pocas horas de cama que quedaban.
La noche que perdí a mi viejo me trajo una epifanía mientras escuchaba “Low Man´s Lyric” de Metallica, de que pasaría la noche que mi viejo decida perderse de verdad.
Espero que no se le ocurra perderse en mucho tiempo….
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Kat