
Todos conocemos que una adaptación cinematográfica de una novela se verá obligada a dejar mucho del material literario fuera (no es fácil introducir más de 300 páginas en menos de 3 horas), sin embargo la última película de Roman Polanski [que pasó su proceso de post-producción con su director en prisión] se nota como un intento apresurado de repasar todo el contenido del “best-seller” anglosajón.
La fluidez con la que la historia se desenvuelve es su fuerte y su talón de Aquiles. La narrativa va tan ágil que es imposible aburrirse con la trama pero al mismo tiempo no le da espacio a la audiencia para cobijar alguno de los personajes o identificar y tal vez sentir por las relaciones que cada uno de ellos entablan durante su tiempo en pantalla.
Lang (un acertado Pierce Brosnan) es un ex-Primer Ministro que tiene deseos de publicar sus memorias y quién anteriormente las escribía sufre una extraña muerte en una de las islas desoladas cerca de Massachusets. Aquí entra “el fantasma” (Ewan McGregor), un escritor de celebridades que es contratado de inmediato para terminar reescribir la autobiografía de Lang en el tiempo record de un solo mes.
La participación de Robert Harris en la adapatación de la novela se nota bastante cuando el guión de la película siente que en vez de reservar algunas cosas, o adaptarlas adecuadamente para una película, parecieran que fueron reducidas lo más posible para que pudiera estar lo más posible del libro dentro de la entrega. Sin contar que todos los diálogos se muestran intactos sin que se forjara la intensidad necesaria para que cada una de esas escenas valiera la pena.
Algo que si muestra la última entrega de Polanski son buenas actuaciones, lástima que el escenario donde se desenvolvían no le hacía justicia. La angustia en la cara de ambos, Brosnan y McGregor, era palpable pero la audiencia no se podía identificar con ello porque todo a su alrededor pasaba tan rápido que no le daba tiempo a uno de sentir lo que en su momento le podía estar ocurriendo a los personajes. Los sucesos ocurrían de una forma tan fugaz que era imposible tomarse en serio la preocupante situación que vivía de repente el escritor.
La única excepción entre los actores, fue la interpretación de Kim Catrall como “Amelia Bly”. Una interpretación tan disparatada que te incomodaba solo verla en pantalla y escucharla hablar con un acento tan falso como los planos que se molestaba hacer el director francés de su figura.
“The Ghost Writer” tenía todos los indicios de ser una moderna entrega de un “cine noir” sin embargo es la menos “Polanskinesca” película de Polanski. El fantasma (McGregor) tenía todo a su favor para tener las angustia que se notaron en J.J. Gites (Jack Nicholson en Chinatown, 1974) o Wladyslaw Szpilman (Adrien Brody en The Pianist, 2002). Ese estudio de personaje, de batalla interior solitaria, porque más que tratara McGregor de emular con su actuación fue imposible porque la historia no tenía peso, solo tenía un desespero de llegar a una escena final que de no ser por sus 120 minutos anteriores terminaría siendo una de las grandes escenas del cine.
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