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El artificio de la guerra. 1917 (Sam Mendes, 2019)

War, huh, good god
What is it good for
Absolutely nothing, listen to me
(Edwin Starr)

La guerra ha costado muchísimo dinero, de hecho, cuesta tanto dinero que se ha convertido en uno de los mejores negocios para algunos pocos. Se pierden muchas vidas, pero aquellos pocos se enriquecen incontrolablemente. 
Otra área beneficiada por la guerra es el arte. En los momentos más difíciles, el arte ha servido como un escape, una irreverencia, un arma revolucionaria en contra de la opresión o en una fuente extraordinaria de historias que contar bajo la majestuosa maquinaria del cine. La guerra ha sido indudablemente un género en sí mismo en el séptimo arte, y uno incluso, de los más atractivos. 
El filme bélico del momento, o bueno de 2019, ha sido “1917” dirigida por Sam Mendes y tal vez más importante, fotografiada por Roger Deakins. La guerra no ha sido algo ajeno para Mendes. El director ya había realizado “Jarhead” en 2005 y hay claros remanentes de guerra en los personajes de dos de sus mejores filmes: “Road to Perdition”(2002) y “Revolutionary Road” (2008). 
“1917” continúa la excelente carrera de Mendes como maestro de puesta en escena, algo que seguramente trae de su veteranía en el teatro previo a su éxito con “American Beauty”, una labor teatral que continúa ejerciendo; más que una película de guerra, “1917” sirve como una presentación impecable del artificio de hacer cine, de hacer arte. 
Lo que más me entretiene del filme es que no se presenta como la típica epopeya bélica a la que nos tienen acostumbrado las películas que reciben este tipo de atención. “1917” se presenta como una película de supervivencia, en donde los protagonistas deben trasladarse de un punto a otro y atravesar innumerables obstáculos. Más de lo que pudiese llamarse una película convencional de guerra, bueno un filme de ficción bélico, “1917” me recuerda más a esas películas como “Daylight” de Rob Cohen y protagonizada por Sylvester Stallone (guardando las distancias claro). Filmes en donde la narrativa le presenta a nuestros héroes un trayecto casi imposible de recorrer en donde serán retados contra la naturaleza y el ser humano mismo. Una simple pero muy efectiva característica. 
Sin embargo, lo que sí es “1917” es una celebración al arte de hacer cine. Mientras que la labor de realizar la narrativa en planos secuencias larguísimos, dando la percepción al público que el filme ha estado realizado en tramos de una sola toma, que tal vez han sido ejecutados con mejor efecto en colaboración con la historia que se está contando en otros filmes (me llegan a la cabeza algunas escenas de “Children of Men” dirigida por Alfonso Cuarón y fotografiada por Emmanuel Lubezki), el sentimiento teatral de Mendes y la magia que crea Deakins con la cámara hacen de este filme una de las experiencias más interesante del pasado año. 
La atención por el filme se mantiene por la curiosidad de identificar cómo han sido construidas la escenas desde la dirección, la fotografía, las actuaciones, los efectos, etc. La historia toma un último plano, en especial por la poca empatía que se logra con sus personajes y con su fin y también escenas que parecen interrumpir momentos narrativos cruciales cuando Schofield (George MaCkay) es encontrado por un batallón amigo luego de la muerte de su compañero Blake (Dean Charles Chapman) y también cuando la narrativa detiene su más entretenida escena de persecución con una escena, muy hermosa por cierto, entre Schofield y una mujer francesa que protege a un bebé en las entrañas de una destruida Ecoust.
Aunque “1917” me dejó relativamente frío (similar a “Dunkirk” de Christopher Nolan) es esa celebración del artificio del cine a través de la majestuosa puesta en escena y la fotografía de Deakins, y ese toque del subgénero de supervivencia, lo que hace del filme de Mendes uno de los filmes bélicos de ficción más entretenidos e interesantes en mucho tiempo. 

Al final, los estragos provocados de la guerra son más palpables en películas tan desgarradoras como la realidad presentada por Gillo Pontecorvo en “Battle of Algiers” y la obra maestra de Isao Takahata “Grave of the Fireflies” que le demostró al mundo completo la fuerza del cine animado convirtiéndose en una de las películas anti-bélicas más importante de la historia.

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