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El abuso que no se desvanece. The Invisible Man [dir. Leigh Whannell]

Pienso en tu mirá, tu mirá, clavá, es una bala en el pecho” - Rosalía

“Ese que vive en tus sueños, ese que te sabe amar, ese que llamas tu dueño ahí en la intimidad, quién te nubló el pensamiento, quién logra adivinar cada preciso momento tu voluntad...” - La Mulenze/Pedro Bull

“Solo, ¡es increíble lo poco que puede hacer un hombre solo! Robar un poco, herir un poco, y para esto no hay fin” - H.G. Wells (The Invisible Man)

Regularmente se habla de que el verdadero crítico de una obra de arte, o quién realmente le da valor, es el tiempo. En muchas ocasiones uno ha destacado alguna obra como “atemporal”, algo que sobrevivirá el paso del tiempo y será referenciado no importa que tiempo haya pasado. También es importante destacar el valor de una obra tomando en cuenta como puede ser interpretada en tiempos actuales. La obra de H.G. Wells es una de estas. 

“El Hombre Invisible” de Wells ha sido adaptada en varias ocasiones al cine y en otras historias. La novela tiene una premisa tan interesante que solamente por ella la haría atemporal por toda una eternidad: la existencia de una persona con la capacidad de ser invisible. Explorar la psiquis de una persona con semejante poder es material suficiente para generar historias tras historias. De hecho, la presencia de algo que no está allí pero puede “sentirse” es una de las principales características del suspenso y el thriller. En 1897, Wells ya entonces presentaba, probablemente, una de las mejores características del Séptimo Arte.

“The Invisible Man”, de Leigh Whannell, explota al máximo estas dos características: una adaptación bastante actual de la novela de Wells y un uso exhaustivo y extraordinario del suspenso característico de Hitchcock. Whannel ha demostrado ser un excelente estudiante del oficio y su actriz, la grande Elizabeth Moss, logran con esta nueva adaptación una de las mejores películas del año. 

Whannell explora el abuso físico y emocional que reciben las mujeres de sus parejas. La dependencia creada por el hombre para sostener poder sobre ellas y, con la premisa de que el abuso viene de una persona invisible, el hecho de que rara vez se les cree a las mujeres (para no decir nunca) cuando denuncian la agresión de sus parejas y/o ex parejas. Para esto, el casting de Moss ha quedado perfecto. 

La actriz, quien irrumpió de una manera extraordinaria en Mad Men estableciendo a Peggy Olson como el mejor personaje de toda la serie, también ha logrado ser aclamada por su rol como June en “The Handmaid’s Tale”, Robin en “Top of the Lake” y en filmes como “Her Smell” y “The One I Love” para mencionar algunos donde se destaca la actuación de Moss específicamente la capacidad que tiene de reflejar sentimientos con su rostro, algo que explota muy bien Whannell y de lo que depende bastante esta película. 

Ya Wells, cien años atrás, explora la psicología de su personaje al verse con el poder de ser invisible. También Paul Verhoeven toca en algunos tonos más pavorosos en su “Hollow Man”, en donde un hombre (Kevin Bacon) refleja su realidad cuando por accidente queda invisible y puede entonces hacer y deshacer como pueda. Sebastian Caine pudiese ser uno de los reflejos contemporáneos más cercanos al Griffin de Wells. 

Sin embargo, Whannell tiene un acercamiento mucho más claro y más tétrico con su magnate de la óptica Adrian Griffin (Oliver Jackson Cohen). Whannell logra una presentación impecable del personaje sin siquiera presentarlo cinco minutos. Solo con el proceso al que tiene que recurrir Cecilia (Moss) para escabullirse de su casa y escapar de la relación te dice todo lo que tienes que saber del personaje. 

Lo más tétrico proviene de la observación de la cámara que eventualmente descubrimos, utilizada para crear el traje óptico que le permite a Adrian parecer invisible. La cámara ha estado allí desde el principio y como una de las principales amenazas de él a Cecilia era: “si me dejas estaré allí aunque no veas”, da la impresión que el personaje ha creado esta tecnología con el único fin de utilizarla en contra de la única mujer que no ha podido controlar y que realmente no lo necesita. 

Indudablemente, Whannell ha creado un panorama demasiado real alrededor de la premisa fantástica de Wells mezclándolo con una aparente preocupación y escepticismo que tiene hacia la tecnología. El traje elaborado por este Griffin parece más una realidad que el hecho de que un accidente científico convierta una persona en un ente no visible. 

Empero, lo extraordinario de “The Invisible Man” no se queda en la loable adaptación que ha realizado Whannell y su acercamiento no forzado a una realidad palpable de nuestros tiempos (o de todos los tiempos si somos sinceros). Whannell, junto a su cinematógrafo, Stefan Duscio (ambos desconocidos para mí) exploran su historia explotando todo lo aprendido de thrillers y filmes de suspenso que los han precedido. Ambos han demostrado ser estudiantes del oficio y eso lo podemos ver en los movimientos de cámara y en la puesta en escena que además de alimentar la más que justificada paranoia de su personaje principal, le brinda a la audiencia un rol de más de allá de observador, casi de testigo y de investigador cuando uno se encuentra buscando cualquier señal de presencia dentro de la encantadora puesta en escena y fotografía de Duscio.


Ninguna película de suspenso sería efectiva sin edición, mezcla de sonido y una banda sonora que sirva de acompañamiento a lo previamente mencionado. “The Invisible Man” logra mucho con muy poco y para muchos ha sido una sorpresa. Una que, por su premisa, parecía ser un filme apoyándose en una historia conocida para brindar un burdo intento de entretenimiento, termina siendo una película más que bien realizada con toques interesantes del oficio del pasado con la pizca de la modernidad necesaria de estos tiempos. Eso y Elizabeth Moss, es y sigue siendo extraordinaria.

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