Que afán el tuyo de pintarte las uñas al pie de la cama mientras yo me decido si prestarle atención a lo que revela tu pantalón por tu posición o seguir viendo el juego que pasan por la televisión. De repente me agarras mirandote de reojo, mirada que regularmente juzgarías con desdén pero en esa noche extraña, como hace mucho no pasaba, junto a tus uñas acabadas de pintar decidirte ceder a lo que mis ojos ofrecían. Allí no importo más que mi equipo estuviera ganando dentro del televisor. Ninguno nos detuvimos a tomar las precauciones necesarias; las sábanas eran las blancas acabadas de lavar, a soplar tus uñas recién pintadas [placer del que rara vez me dejas gozar]; el olor a esmalte rodeaba la habitación mientras el color rojo de su textura tintaba las sabanas y mi espalda. A ti te enloqueció, luego de que te vinieras (fue una de esas noches extrañas en la que yo llegaba más tarde a la meta), que tus uñas estuvieran estropeadas, al igual que las sábanas; y para no ser egoísta esperas...